domingo, 30 de diciembre de 2007

Nihilismo y moralina I

No es un hallazgo, pero hemos de reconocer el nihilismo que nos aqueja. El mal nihilismo, ramplón y satisfecho de su mediocridad. Nos dejamos llevar al albur de los azares, esperando que las circunstancias, siempre circunstancias intrascendentes, nos sean propicias. Ningún dios a quien agradecer la buena suerte, ni a quien rogar o maldecir. No son posibles grandes proyectos ni ideales colectivos, y no por un exceso de criticismo y pesimismo sino porque en nuestras entontecida alma ni caben ni se les espera. La leyes de la historia son dueñas y señoras de cuanto nos acontece. Estos designios impensables, eso sí lo intuimos, benefician a unos pocos, pero no tenemos ni el valor ni la intención de desvelarlos ni cambiarlos. Este estado de estar sin estar, de dejarse llevar plácida y bonachonamente, este modo de esclavitud, no parece dañarnos y pensar otra cosa resulta pecaminoso. El miedo al caos, el infierno de la libertad, se introyecta como autoculpabilidad. Este vaciamiento, para ser eficaz en su función embrutecedora, ha de ir acompañado de un simulacro de moral pública, por supuesto no concensuado y discutido sino impuesto por esa misma Historia que nos arrastra. El mito del progreso y el historicismo, y su versión más barata y cómoda, el progresismo, son la fe leibniziana en lo que hay y la penitencia que nos imponemos por nuestra culpabilidad. Culpables, en el fondo, de disfrutar un bienestar material sin precedentes ni merecimiento.
Un simulacro de éticidad son las estúpidas leyes que pretenden regirnos hasta en los más mínimos comportamientos. ¡El Estado se preocupa por nuestra alma, el Estado nos humaniza, el Estado nos hace hombres del siglo XXI! El Estado se convierte en la vanguardia de lo humano, y nos hace rondar mecánicamente a su alrededor... para no movernos una migaja de donde estábamos, de donde no podemos ni debemos escapar. No fumes, no conduzcas, no bebas, no escupas en la calle, conoce tus derechos como consumidor, celebra cuantos días festivos te digan, se respetuoso con los demás que ellos respetarán tu anonimato. Acepta tu sueldo y gástalo en la feria social, respeta a tu banco y a tus políticos -la voluntad popular los ha puesto en el sitio que merecen, nos dicen. ¿Qué pretendes merecer tú?, parecen decirnos con asco y complacencia.
Este insustancial mundo de jauja en que el destino nos hace habitar es el mejor de los mundos posibles, agradécelo y no metas la pata. Piensa y di cuanto quieras, pero no pretendas ninguna eficacia ni valor real a eso que digas y pienses; guárdatelo para ti, o si lo publicas que sea en forma de ficción.

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