sábado, 15 de diciembre de 2007

Religión y política I

Una religión pública es siempre una religión política. Más aun, politicamente autoritaria (Dios ha dicho la verdad más verdadera, y con ella no se puede negociar). Una religión meramente privada también esconde el peligro de la mala irracionalidad (la ultrarracionalidad fanática que se impone inteligentemente a las demás razones, que aplasta toda duda). La tercera posibilidad es la de la religión privada sujeta a las normas del Estado, aunque no sé cómo se articularía esto.
La cuestión es qué Estado/Sociedad queremos y podemos... y todo aquello que atente o mine sus principios ha de ser ilegalizado... y perseguido (¡qúe el Cielo de los creyentes, de los ecologistas, de los progresistas, de los satisfechos quiero decir, de los tontorrones dañinos para decirlo mejor, se llene de mártires!)
El problema, pero ya tratado entre gente civilizada, es el de una Sagrada Constitución que permita el respeto y diálogo real entre todos. ¿Habermas, Aristóteles...? Me temo que no, que hoy por hoy, y pongamos durante los siguientes 20.000 años, es Platón o Marco Aurelio o Kant el modelo a seguir.

La buena irracionalidad, el sentimiento y la voluntad de ser hombres y no bestias inteligentes ni hijos del Gran Paranóico, cabe aquí como motor de la vida, de la creatividad, de la libertad.

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