martes, 11 de diciembre de 2007

Dos poemas de J.L.Panero

La evidencia, la aletheia, es la sospecha insuperable. El camino de la reflexión, el diálogo dialéctico, no es el camino para ningún avance esencial. No hay solución, pero sí hay respuestas (adversus iluminados). Las exigencias éticas del diálogo no dialéctico son la base irrenunciable (desde el punto de vista de la honestidad) de la experiencia posible (ratio essendi del lenguaje). Dos poemas de Juan Luis Panero, querido Autoficción, que me recordaron de alguna manera a ti, o por mejor decir a tus últimas entradas en tu blog, realmente fantásticas.


Los fanatasmas del vino

Cuando ha llegado la mañana y de la cama revuelta te levantas,
contemplas con los ojos pegados, temblorosos,
los conocidos muros familiares, los agrupados libros,
fotografías y recuerdos, que silenciosos acompañan tu agrio despertar.
Suenan en tus oídos todavía, ardientes músicas,
carcajadas frenéticas, frases supuestamente lúcidas.
Aún puedes ver rostros girando en la penumbra, luminosos rincones,
y sentir en cálida vecindad los húmedos labios,
la suave piel que tu mano rozara.
Todo aquello que el pesado sopor, definitivamente, ha deshecho.
Puesto en pie, vacilante, impreciso,
un momento te alejas de las cosas,
realidades y sueños se separan, confunden,
y a través de tu pecho, de tu frente,
danzan, heladas sombras, los fantasmas del vino.
Como una alfombra espesa y cenicienta
por el suelo se esparce la tristeza,
el esplendor en náuseas se transforma
y lo que fue pasión es un traje arrugado,
el traje azul que está sobre la silla.
Pronto el agua resbalará por tu cuerpo
y palabras, trabajo, te sacarán sin esfuerzo del abismo.
Otro día, uno más, vestirá tus huesos
y el protocolo de la comprensión perdonará tus leves faltas.
Los fantasmas del vino, agazapados en tenaz espera,
su segura ocasión, su revivir aguardarán:_
ya los conoces, también conoces su poder,
sabes que ese instante, poderoso y breve,
en que te fundes, sin amarras te acercas
a los que tu insegura verdad, tu impotencia última y cercada comparten,
ha de volver. Mas no te importe,
entrégate, impuro y por eso mismo limpio,
muestra las cegadas rendijas de tu corazón, sus temblorosas grietas.
Paga luego el precio convenido y olvídalos,
ni alabados ni impíos, fantasmas
de una noche, tejidos de humana soledad,
doloroso testimonio que el amanecer te trae
y que ahora, fugitivos, miras perderse,
borrarse en la distancia.
Poeta de Alejandría
Nadie acompaña, cuando cae la tarde,
su soledad.
Ninguna mano presta fugitivo calor
a quien tanto lo necesita y que lento camina, perdida la mirada,
hacia el lugar donde la luz de agosto
aún le protege.
De las estrechas calles
llega un olor, elemental y penetrante,
de alimentos y cuerpos,
otro tiempo apreciados.
Leve, su paso
se pierde entre el inquieto murmullo
de músicas y voces.
Ésta es la ciudad que tanto amó,
cuyas piedras y árboles,
minaretes y plazas, bajo el pesado sol del mediodía
o la claridad trémula de las estrellas,
conoció igual que hoy sus sueños.
Sigue avanzando,
desconocido,
ignorado por aquellos
que un día sus labios le entregaron,
su tristeza, su deseo, hicieron suyos.
El rojo resplandor, un momento,
sobre la espuma se detiene.
Ya gris después,
palidece en el cansancio de las rocas,
resbala por las ventanas abiertas al crepúsculo.
Un ligero temblor,
la transparente sombra de una lágrima,
ahora que por fin se ha detenido,
hacen más vencida
más frágil su figura.
No importa
o quizás importa demasiado.
Constantino Cavafis
mira llegar la noche,
la oscuridad, frente al mar.
'Epitafio frente a un espejo' comienza así:
Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más acaiga tumba...

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