domingo, 16 de diciembre de 2007

Host

Host está perdido, vacío, siente que nada hay que decir, que todo -y ya no sabe ni siente esta palabra- está claro. Que el azar nos creó, conforme a una inhumana diké, y que, más allá del bien y del mal, nada queda ni es rescatable. La existencia, siente Host, nos arrastra, y ni la más pétrea tristeza nos lleva a dar el último paso. Algún diabólico pacto entre nuestras entrañas y la existencia, creo citar a Cioran, nos hace seguir en la vida. Espectadores derrotados que esperan un último, o un primer, milagro. El vértigo, el cansancio, el pudor, nos hacen en este momento callar.

¡Poner entre la espada y la pared al inexistente dios caníbal! ¡Qué contemple, si aún no se ha suicidado, su malvada mediocridad!

El miedo ancestral y la venganza nos mueven. Encontrar tan nobles principios incluso en la compasión, aunque al final nos engañemos y optemos por esa dulce, amansada e infinita derrota compartida.

Qué hacer, qué pensar, qué sentir.

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