miércoles, 19 de diciembre de 2007

Cansancio

El cansancio no es la causa sino la consecuencia de la lucidez.
El cansancio no necesita ni desea el impúdico desnudo público.
El cansancio no busca ninguna mala compasión.
El cansancio se empecina en su laberíntico y poco actual empeño como forma de vida; los restos de alguna esperanza que a tientas lo mantiene en pie. Algo así como un Spinoza nihilista y polígrafo. Platón arrepentido.
El cansancio, y mira que es estúpida la palabra, es el humus de las experiencias honestas posibles.
Estar cansado, ¡qué paradoja!, es permanecer en pie, ni arrodillado ni tumbado ni en la cola de un gran almacén.
El artista del cansancio vive dentro de sí esta animal impostura, este abismo entre su alma y su cuerpo, entre él y los demás.
El cansancio, es cierto, busca alguna complicidad. Más allá de la especulación imposible y deformante, el cansancio anhela, levemente, algún calor. La nostalgia de las hogueras a la puertas de las cavernas. Platón avergonzado.

Llegrá el momento en que incluso esto le parecerá deshonesto y entonces callará o sabe dios qué hará. Mientras tanto escribimos del mismo modo que un páncreas segrega derrotado sus bilis, o los ciegos pulmones hacen el juego al aire.

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