sábado, 8 de diciembre de 2007

Cristianismo

Desde un punto estrictamente profano, el Cristianismo es de una eficacia inaudita sólo igualada por los miles de años de cultura egipcia. Pero démosle tiempo, démosle tiempo y veremos como los egipcios pasan a la segunda posición en esto de la eficacia histórica, de la supervivencia secular.
Que nuestra cultura es en gran parte herencia cristiana me parece indiscutible; sin ánimo de ser exhaustivos, como dice el polígrafo de la Cope; la subjetividad, los sueños infinitos, la Modernidad, la Revolución Francesa y sus expansión liberal, el totalitarismo encubierto, la mística, el consumismo, la bondad -alguna forma de la bondad- etc.
Administra celosamente el monopolio de la esperanza y el desconsuelo. Además, es una religión que -habido el sacramento de la confesión- obliga a bien poco. Vamos, un dulce.
Auguro varios milenios al Cristianismo. Evidentemente, los modos culturales e históricos irán cambiándole la apariencia, pero sólo la apariencia. En las próximas centurias se casarán y descasarán varias veces los sacerdotes, pongamos como ejemplo.

Sin embargo, hay algo de la esencia del cristianismo (de aquello que aunque sólo fuese una torpe e interesada proyección de la especie ya valdría la pena, al menos literariamente) que últimamente veo naufragar, o que simplemente no lo veo. Lo diré en forma de pregunta. ¿Por qué tanto y tan vehemente hablar de lo sexual, que si así o asá, y no de la resurrección de los muertos y el Cielo? ¿Es que el Cielo ya no es motivo para la moral cristiana? ¿Han rebajado el Cielo a la categoría de tierra consagrada -consagrada por ellos, claro?

No sé bien a dónde quiero llegar, pero me temo -e igual es algo pasajero pues los expertos en marquetin de la Iglesia ya se pondrán en el asunto- pero me temo, les digo, que falta irracionalidad y sentimiento en el actual cristianismo. ¡O Dios, a la mayoría de los ateos también!

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