Desde un punto estrictamente profano, el Cristianismo es de una eficacia inaudita sólo igualada por los miles de años de cultura egipcia. Pero démosle tiempo, démosle tiempo y veremos como los egipcios pasan a la segunda posición en esto de la eficacia histórica, de la supervivencia secular.
Que nuestra cultura es en gran parte herencia cristiana me parece indiscutible; sin ánimo de ser exhaustivos, como dice el polígrafo de la Cope; la subjetividad, los sueños infinitos, la Modernidad, la Revolución Francesa y sus expansión liberal, el totalitarismo encubierto, la mística, el consumismo, la bondad -alguna forma de la bondad- etc.
Administra celosamente el monopolio de la esperanza y el desconsuelo. Además, es una religión que -habido el sacramento de la confesión- obliga a bien poco. Vamos, un dulce.
Auguro varios milenios al Cristianismo. Evidentemente, los modos culturales e históricos irán cambiándole la apariencia, pero sólo la apariencia. En las próximas centurias se casarán y descasarán varias veces los sacerdotes, pongamos como ejemplo.
Sin embargo, hay algo de la esencia del cristianismo (de aquello que aunque sólo fuese una torpe e interesada proyección de la especie ya valdría la pena, al menos literariamente) que últimamente veo naufragar, o que simplemente no lo veo. Lo diré en forma de pregunta. ¿Por qué tanto y tan vehemente hablar de lo sexual, que si así o asá, y no de la resurrección de los muertos y el Cielo? ¿Es que el Cielo ya no es motivo para la moral cristiana? ¿Han rebajado el Cielo a la categoría de tierra consagrada -consagrada por ellos, claro?
No sé bien a dónde quiero llegar, pero me temo -e igual es algo pasajero pues los expertos en marquetin de la Iglesia ya se pondrán en el asunto- pero me temo, les digo, que falta irracionalidad y sentimiento en el actual cristianismo. ¡O Dios, a la mayoría de los ateos también!
sábado, 8 de diciembre de 2007
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