domingo, 23 de diciembre de 2007

El Inmortal

No afecta a lo fundamental, pero es bella, aterradora y catársica la idea de que cualquier hombre es sólo unas de las posibilidades de la especie y la historia. Los azares, las circunstancias -cuyas últimas raíces se nos escaparán siempre- individualizan al sujeto. Me suena muy escolástico, a lo de la materia primera y segunda, pero tiene su verdad. De esto va 'El Inmortal' de Borges, de un hombre que termina, con el tiempo suficiente, realizando casi infinitas posibilidades. El hastío, el descreimiento del Yo, el desinterés creciente por cuanto se pueda realizar o soñar, se van apoderando del personaje y del lector. Termina el milenario personaje buscando la muerte pacificadora. Al lector no le ocurre del mismo modo pues no alcanza la edad del personaje. Le llega sólo la idea, la iluminación, de tal nadería; la especie entera con milenios explotados y milenios por experimentar mirándose en el espejo de la existencia sin más; vacía, agotadora, monótona...
Una duda me ha quedado. Sabemos que es una ficción la experiencia del Yo (experiencia inevitablemente individual), y que la de la especie, otra nimiedad, no es absoluta ni definitiva. La primera experiencia, mientras haya inteligencia y conciencia, es individual e insuperable. El propio Yo, el Sujeto reconvertido de los últimos tiempos, es más falso que la especie (que tampoco se encuentra mucho más allá), pero es la única y más valiosa experimentación, por infeliz que sea, que podemos alcanzar. De nada nos sirve saber lo que Borges nos cuenta si es imposible no experiementar la propia sujetividad y afectividad y memoria como lo único real.
La cárcel mágica de la conciencia es un artefacto perfecto, y saber que es un espejismo de segundo grado en nada nos ayuda. El argumento borgiano de que en el fondo todos somos el mismo se convierte para el inevitable individuo en otro argumento -vía pánico y vértigo- de la veracidad inaplazable de la propia e indigente realidad.

Posdata para felices inteligentes: buscar la superación del yo individual por medio de cualquier práctica me parece, me fío de lo que me cuentan, posible. Pero este condicionamiento, por eficaz y feliz en sus resultados, a mí me resulta empobrecedor. Seríamos algo así como el fantasma de Paulov. Humillante, y disculpen la expresión.


No sé la de veces que he leído el volumen 'El Aleph', y nunca me ha parecido mejor (aunque sí más denso) que 'Ficciones' o que 'El libro de arena' o que 'El informe Brodie'. Ya veremos.

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