Se esfuerza Dostoievski en descubrir la bondad, la integridad y el altruismo inesperado, tras los más horripilantes rostros y gestos y los más criminales pasados. La culpa, la culpa callada e inconsciente del que se sabe vencido por su destino, se manifiesta como maldad para esconder el bello tesoro de la bondad posible. La culpabilidad atroz de no ser dueño de los propios pasos. Ambos sentimientos, la bondad escondida y la culpabilidad, anegan al observador arrojándolo del mundo y de sí mismo, y que sólo al final, como pírrica victoria, puede reconocerse en esa humanidad oculta, que no es merecedora de ningún Cielo y ningún Infierno, pero que justamente por ello es digna de amor.
Pd: ¿lectura cristiana del Sísifo de Camus? ¿Dónde el orgullo en el Sermón de la Montaña? ¿Qué humanidad...?
miércoles, 8 de octubre de 2008
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