martes, 14 de octubre de 2008

Kertész

No tienen las víctimas el monopolio de la verdad y el sentimiento del Holocausto o del Gulag. Su experiencia es irrepetible y acabará cuando en unos pocos años no quede ningún superviviente. La Literatura sobre el nazismo y el estalinismo se nutre también de otras fuentes distintas a la de los testimonios. Los mismos supervivientes, con las excepciones magistrales de Levi , Amery y otros pocos, han aprendido a contar su experiencia a partir de esa Literatura 'artificial' (que no falsa) e inevitable.
La pregunta que hemos de hacernos es cómo mantener viva la memoria de las víctimas más allá de las propias víctimas. Cómo evitar que el recuerdo de Kolima o Austwitz se diluyan inócuamente en nuestro laxo y omnívoro historicismo.
La respuesta a esto sólo puede venir de aceptar que la 'irracionalidad' de la barbarie no puede significar que nada se pueda pensar sobre el cómo y por qué de aquello. Es una irracionalidad en parte iluminable. Sin embargo, no es la sociología, ni la economíao la política, sino la antropología filosófica (o quizá mejor, cierta poesía del alma) quien puede darnos perennemente alguna clave al respecto. Las posibilidades enfermizas del hombre existen y no son extirpables. Hemos de mostrarnos a nosotros mismos nuestra capacidad inhumanizadora: hemos de aprender a espantarnos y a llorar por el humillante dolor de que somos capaces de inflingir a los débiles. 'La vida es bella', piensa Kertesz, es un buen ejemplo de iluminación de lo profundo del alma (del espectador): el nazismo y el estalinismo habrían de ser un drama y tragedia personales antes que un acontecimiento histórico o una coartada política.

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