sábado, 25 de octubre de 2008

Varia

Sobre la enfermedad como cuestión metafísica. No sólo se trata de una causalidad inversa, el alma como enfermedad del cuerpo y el propio alma como remedio para el cuerpo, sino que cuando se experimentamos 'metafísicamente' la enfermedad es cuando más cerca del misterio de la vida nos hallamos. Se trata de una visión romántica -y por lo tanto bastante cierta- del hombre lúcido; el enfermo, el genio, el artista...
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¿Es justo -inteligente, honesto- calificar de inmaduro al intelectual o al artista que se centra demasiado en sí mismo? ¿No será la trascendencia del propio yo existente, amén de imposible, un disfraz o una coartada para la cobardía?
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Ciertamente, la esencia del pensar consiste en tantear o iluminar -un poquito, sólo un poquito- las emociones más básicas del propio individuo. Quiero decir, cada uno las suyas. La esperanza, el miedo, el deseo... Para superar lo cotidiano y vulgar no es preciso 'superar' el propio yo [vacío]; en este sentido acepto el arte como trascendencia.
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De Camus, citado por Lottman, de una carta de juventud a su novia extraterrestre: "...la única respuesta que se nos dé será un frío silencio que nos levantará contra Dios y contra el mundo y tendremos que armarnos de mucha piedad a fin de vencer a Dios..." Casi el Sísifo de veinte años después. Aún es Dios el cosujeto de la experiencia, y aún es el lenguaje y la actitud del hombre demasiado belicosos.

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