domingo, 1 de febrero de 2009

Lluvia

Llueve, en los campos llueve y los hombres
alborozan en la madrugadora taberna
porque hoy no habrán de trabajar.

Salvo el borracho y el tabernero
todos ríen sólo por fuera.

Hay que trabajar,
por el salario y por la inercia
que aseguran (lejos la mujer
y los hijos) el coñac
y el aguardiente de la tarde.

La lluvia es mejor que el viento
dice uno de ojos grises,
porque la lluvia es de todos
y el viento de cada uno,
pienso yo, preocupado
porque arrecia y no llevo
paraguas para escapar.

Esta mañana es de fiesta
en la taberrna de los hombres,
eso parece, mientras piensan
como niños serios en el inmenso
día que se les echa encima.

El borracho, lo llaman Fermín
y se ríen de su sediento aspecto,
es ya mayor, más de 60, y le bromean
sobre su madre (Fermín no tiene hijos
y su madre murió hace ya mucho)
y él ríe, ríe bebiendo agradecido
el frío calor de la invitación.

Pero yo pienso en su madre,
tal vez es en la mía -no quiero saberlo-
en el amor y la vida perdidos
por aquel niño y aquella mujer...
pienso en que un Dios, irritado,
melacólico o ebrio en un inesperado día
de lluvia, nos embromó con una fina
ironía de más allá de los hombres,
que celebran ruidosos una lluvia
que nos cala el espinazo.

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