lunes, 16 de febrero de 2009

Vaya tontería de poema.

Reconozco que parece un poema.
No le es en absoluto. Creánme.
Mi imperdonable desconocimiento
de la gramática, la ortografía
y la puntuación, dan cuenta del equívoco.

Mi optimizada ignorancia también explica
mi absurda profesión. Cuentista afónico
y sin público. Grotesco, no crean que me engaño.

Comprador arruinado de sueños
y vendedor de trucos y trolas.
Así se andan los tiempos...

En esto hemos quedado,
sagaz amigo, en que esto no es un poema,
y que no podría serlo en ningún sentido.

Esto que usted lee es un sesudo e irrebatible
argumento sobre la inexistencia de Dios,
la operancia vergonzante del amor
y los riesgos para la salud de un colesterol alto.

Sí, pretencioso. La historia misma de la especie
con todas sus filosofías escritas y borradas.
Todas las canciones, todos los ritos
y todas las oraciones que el hombre ha inventado
e incluso las ininventables o las dichas sin palabras.

Comencemos.
Si Dios existe, nada más ha de existir.
Yo, escasamente en verdad, yo existo,
luego...

(Versión para intelectuales:
si Dios existe, la libertad es una quimera.
Yo quiero, escasamente en verdad, ser libre,
luego yo no quiero que Dios exista.

Del mismo modo que su existencia es un acto
de mi voluntad necesitante, su inexistencia
depende en igual medida de ella. Una especie
de empate ontoteológico o de antropismo negativo).

(Versión para ennamorados, y perdonen las molestias:
si Dios existe el amor divino niega la pasión humana.
Ésta es innegable, de donde se deduce con todo rigor
que Dios, demasiado frío y moralista, no existe).

El amor, en términos homínidos, es una ficción
necesaria que asegura un mínimo de pasión,
siempre fugaz. Fugacidad -simple probabilidad-
que pondría en riesgo la existencia de la especie.
El amor no es más que pasión o deseo disfrazados
e imprescindibles para la supervivencia y el placer
sin culpa o indolente que nuestros genes y congéneres
exigen para dormir y multiplicarse en paz y tontamente.
Amén.

Acabando el ensayo. Sobre el colesterol.
¡Aquí quería verte, caro lector!
Desde lo del Alfa y el Omega desconfío
de las ciencias naturales y la química
no menos que de las sotanas y los hemiciclos.
Lo del omega 3, quiero decir, me parece
un tosco sucedaneo de amuletos, magias
y sortilegios de viejos y monaguillos.

¿Qué relación puede haber entre ciertos
ácidos grasos polisaturados y mi salud física
y mental? ¿Cómo pueden determinar
mi existencia cosas como el ácido estearidónico
o el docosahexanóico, con nombres tan impresentables
y tan rancio olor a teología o ciencia ficción?

En definitiva. ¿Cómo va ha existir ningún Dios
cuando varios cientos de millones de neuronas
han precisado casi 30 minutos a pleno rendimiento
para tan ridículo ensayo, que al final más que un ensayo
va a resultar un imperdonable poema?

¿Creen ustedes, honestamente, que Dios permitiría
semejante derroche de aburrimiento, pasión y colesterol?

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