jueves, 12 de febrero de 2009

Migrañas a las 3 de la tarde

Hoy, por ayer, he estado a punto de destrozar mi último poema. Es, o era, no sabría decir, un poema sin palabras, una realidad sin hechos; un corazón osado y aterrido en busca, o en espera, de sí mismo y en mística complicidad con las sombras y su tierno calor. Será, o hubiese sido, no lo sé, un magnífico poema: real sin hechos, pero más vivo que muchas vacías realidades, y dulce e íntimo sin palabras escritas para profanarlo. No habría, o no hay, ¡yo qué sé!, poema propiamente dicho, pero es indudable que hay a la espera un lector y un escritor extraliterarios -de más allá de la literatura y la vida- y la ilusión de una memoria compartida de algo muy diferente que una vez ocurrió, que está ocurriendo, y que quieran los dioses inexistentes no acabe.

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