jueves, 20 de noviembre de 2008

15 líneas

Absolutamente nada que decir. Ni aun las ganas de repetirme o de gracejear un ratito. Nada es nada. Cero absoluto. Escribo esto ahora sólo para comprobar qué puede salir. A lo que se me ocurra, fenomenológicamente, con la neutralidad que da cierto cinismo bastante cínico. Empecé una novela, otra más, y en esta no he pasado, en casi dos meses, del primer párrafo. Todo un éxito. ¿Continuarla, dedicarme a manosear de todas las impúdicas maneras ese parrafito, tal vez construir el relato sobre la imposibilidad del relato, de ese relato, relatándolo como sin querer...? No es cuestión de fuerzas ni de imaginación, que las justitas se podrían sacar, sino de voluntad, de interés real por concluir algo. La novela empieza y acaba en el suicidio de su personaje (saberse un personaje, al contrario que en Auster, no le salvará de morir míseramente); entremedias muy pocas peripecias y un alma -disfrazada de cuerpo- que va agotando las páginas hasta cumplir lo prometido en la primera. Un dislate, una payasada; no es la novela que me gustaría leer. ¡Pierre Menard, qué truculento fuieste, no tú, claro, sino Borges, no él, por supuesto, sino el otro! Lo mejor es esperar el sueño, que mañana carreteo, y nada mejor para esto que terminar la mediocre y afectada, filosóficamente afectada y edulcurada, novela de Savater. Al final, seguro, que muere el Doctor, y puede que también el Profesor.

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