sábado, 8 de noviembre de 2008

Varia (7)

Hay un pensamiento o sentimiento trágico que brota de la belleza y dichas terrenales. La tragedia también puede brotar de la experiencia de la fealdad y mediocridad de la vida. A nuestra época le está vedada la primera forma trágica y a duras penas alcanzamos la segunda. Ambas comparten, sin embargo, el sentimiento o pensamiento, o mejor, la aspiración negativa de lo indefinido, lo infinito e incluso lo inmortal y eterno.

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Comparto con Camus: la lectura metafísica de Nietzsche, su crítica al sociologismo y lo ideológico como clave esencial de lo humano, su antropología del sentimiento y la razón, de lo paradójico no siempre iluminador, su lenguaje alejado de los manuales dialécticos, su concepción de la novela actual, su crítica al existencialismo redentor.
No comparto con Camus, y sí con Horkheimer, el francfortiano viejecito y pesimista: la ultrateología negativa (el 'ultra' es mío, que no me interesa la teología sino la nostalgia y sufrimiento del hombre a solas consigo mismo, y con algún amigo), y comparto con el viejo Max el pesimismo por el hombre actual. No hay una esencia de lo humano escondida y esperando ser destapada para fructificar en felicidad y justicia, no. Acaso lo que sí hay es un ser cuyos instintos más básicos y salvajes son más fuertes, en la mayoría de los casos, que su conciencia del absurdo y de la maldad de la maldad egoísta. Esta conciencia no sería, supongo, y de nada sirve decirlo, otro instinto, pero enfermo y deformado.

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