jueves, 27 de noviembre de 2008

Platón

Pues es verdad, que Platón se ha empeñado en abolir la Historia -siempre decadente- y todas sus nefastas y atractivas manifestaciones. Su lucha contra lo humano y lo natural, insolentemente esquivos, es para aposentarse en una cálida y absoluta nada parmenídea. Igual se puede decir así, que Platón pretende hacer habitable a Parménides, al Ser rotundo que todo lo niega. El lenguaje y el pensamiento, no menos que los instintos y el pecado espiritual de la concupiscencia, tienden a todo lo contrario, a sumergirse en el bello (o al menos provechoso, o cuanto menos aprovechable e interesante) mar de las formas imperfectas. La misma inteligencia humana está íntimamente llamada a tan innoble misión (¿no es acaso la Literatura un extravío de la razón?). En la utopía platónica terminarán por no ser necesarias las palabras ni los conceptos. Su utopía epistemológica consistirá en la intuición estática; metafísicamente es algo así como comprender lo humano como una [impersonal] emanación del Ser Infinito...

Pero algo sí que nos enseña Platón en su extraña y escalofriante cruzada contra el tiempo y la Historia. La Historia, si no asumimos una gotas del elixir platónico (¡o del epicúreo, ojo!) tenderá siempre a lo peor, a lo más insustancial y vergonzoso. La nuestra, olvidados y ridiculizados los metales nobles, sería una era de metacrilato, incluso de metacrilato virtual; ¿hay algo más estúpido y yermo que aplaudir la propia necedad sin peso y plastificada?

Pd: de algo así, pero a su modo, se quejaba Horkheimer al hablar de la cultura cinematográfica actual; fenoménica, ensombrecida a pesar de los atrañentes colores de neón; ¡si Platón nos viese! ¡Si Horkheimer viese cuanto hemos progresado en los últimos 30 años!

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