Mi brillo no está en ningunos ojos
y los míos están apagados.
No puede darme el mundo,
y tú tampoco, lo que no está
en mis manos,
lo que está allende la reseca frontera
y que sé que decidirá mi reseco destino.
Tampoco tus ojos y tus risas
sueñan más acá de mis límites.
Ni el amor ni el odio,
ni tus bellas nalgas
ni mi silencio,
tienen perdón.
Esclavo de la belleza como las meretrices,
del amor como alguna madre
de hijos agrios y maltratados,
y de todos los hijos, esclavo del dolor
y de todos los hijos, esclavo del dolor
y dueño de la comedia,
esta memoria falaz y maldita,
como Nietzsche y Platón
cuando mútuamente se soñaron
con compasión y odio.
esta memoria falaz y maldita,
como Nietzsche y Platón
cuando mútuamente se soñaron
con compasión y odio.
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