viernes, 7 de noviembre de 2008

Dostoievski de Coetzee

Cada individuo es un mundo, un laberíntico mundo inmanejable. El carácter, digamos. Algunas sensibilidades multiplican su propia complejidad hasta la náusea. O hasta la genial literatura. Recrear el carácter indescifrable de Dostoievski es lo que trata Coetzee en 'El maestro de Petesburgo'.

Tres partes. No del todo bien articuladas. La descrpción del egoísmo y autismo de Dostoievski. Ni siquiera la muerte de su hijo le hace 'mejor', a pesar de ser esta la intencioón del propio padre afligido. La inmutabilidad del carácter. Muy freudiano, muy de Schopenhauer. El pasado está definitivamente muerto,pero a pesar de ello es lo que nos tiene dolorosamente aprisionados. Todo pasado y todo carácter, son fuente de culpabilidad.

En una segunda parte reprocha Coetzee a Dostoievski su escasa voluntad política y social. Piensa lacrimógenamente la miseria humana para aceptarla en nombre de la impotencia y la humildad del hombre, que terminan llevándonos a algún Dios. No obstante, en estas líneas también se critican el dogmatismo inhumano que implica todo programa revolucionario y lo infernal que sería un mundo utópico realizado.

Al final del libro reconoce Dostoievski su 'maldad' sin remedio, de la que se siente trágicamente culpable, que consiste en hacer tema de su irrenunciable obra literaria hasta los sentimientos más íntimos y privados de sí y de su hijo muerto. El escritor vende su alma, se traiciona, a sí a sus seres más queridos, en nombre de su arte, siempre egoísta. Lo más tristemente paradójico, lo trágico, es que el arte, siempre dañino, es también siempre, desde esta perspectiva 'existencial', innecesario e inevitable.

No hay comentarios: