martes, 25 de noviembre de 2008

Poema húmedo

Me gustan los días de lluvia, como a tantos,
pero a mí me atrae el hecho físico del agua al caer,
la cuestión científica de la pluviosidad,
y no me interesa -hasta me aburre- el lánguido
ambiente que se espera en un poema para un día de lluvia.
Me gustan las ligeras y fugaces gotas cuando caen
porque imagino que las cuento una a una.
Se trata, evidentemente, de un esfuerzo tan ímprobo
como sería el numerarlas realmente una a una.
Una a una durante un largo tiempo indefinible
hasta perder la cuenta.
Eso es lo que de verdad deseo, perder la cuenta,
escaparme y perderme indefiniblemente.
De un modo culto, digno, extravagante
e irrisorio, a ser posible. Poético quise decir.
Esta matemática húmeda,
ese diminuto o gran cúmulo acuoso contabilizado,
es también un pretexto,
un subterfugio, una coartada, una torva razón.
Como este poema; para escaparme y soñarte a solas
sin realmente soñarte. Así es más cómodo.
No es el amor -la lluvia implicaría un amor muy triste-
sino tus caderas, tu boca y tu aliento lo que persigo,
sin perseguirlo de verdad, ¡pues no sabría degustarte!
Tus formas, como una nube a punto de descargar,
son lo que me hacen perder la cuenta.
Los días de lluvia, simplemente, ya ves, te deseo
dando este ansioso rodeo lingüístico (sin rima ni amor),
los otros días te sorbo, ya lo sabes, de otra forma.
.
Aclaración innecesaria y erudita: a los 20 años son el amor y el dolor las únicas posibilidades del poeta; a los 40 -largos- el cansancio y el sexo imposible.

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