martes, 5 de febrero de 2008

El laberinto de la existencia

La pregunta por el Paraíso, por el Enigma, o la preocupación por la propia perfección o autenticidad, es algo insoluble, por supuesto, pero que no por ello deja de producir un efecto progresivamente devastador en quien alguna vez fue mordido o hincó el diente en tan dura cuestión. La tragedia, la inevitabilidad del absurdo y la vacuidad esencial de toda ácción, es el nombre último de esta enfermedad nuestra de sabernos ajenos al Universo. Hay paliativos, sólo paliativos, y muy nobles y honrosos, como el arte o el epicureísmo. E incluso una forma crepuscular de la filosofía que simplemente toma nota de la impenetrabilidad del Ser y de los efectos arrasadores de la conciencia.

"Cualquier actitud nos condena. Tomando partido por los santos [o por los héroes], estamos perdidos, sublevándonos contra ellos nos enemistamos con lo absoluto [nos disolvemos consciente y dolorosamente en la animalidad]." ('De lágrimas y santos')

"Hubo una época en que los hombres podían dirigirse en cualquier momento a un Dios acogedor que enterraba en su Nada los suspiros humanos. Hoy nos hallamos desconsolados por no tener a quién confesar nuestros tormentos. ¿Cómo dudar de que antaño este mundo haya estado en Dios? La Historia se divide en un antaño en el que los hombres se sentían atraídos por el vacío vibrante de la Divinidad y un hoy en el que la nimiedad del mundo carece de aliento divino." (LS)

"Hasta el comienzo del siglo XVIII abundaban los ‘tratados de perfección’. Quienes se habían detenido en el camino de la santidad se consolaban escribiéndolos, hasta el punto de que durante siglos la perfección fue la obsesión de los santos fracasados. Los otros, los santos que lograron serlo, no se preocupaban ya de ella, puesto que la poseían.
Más recientemente, la perfección ha sido considerada con gran desconfianza y con un evidente matiz de desprecio. Optando por la tragedia, el hombre moderno tenía necesariamente que superar la nostalgia del paraíso y dispensarse del deseo de perfección.
Otras épocas, sometidas al terror y a las delicias cristianas, produjeron santos de los que se estaba orgulloso. Hoy, lo más que somos capaces es de ‘apreciarlos’. Cada vez que creemos amarlos, no se trata más que de una debilidad nuestra que durante cierto tiempo nos los vuelve más cercanos." (LS)

¿Hasta qué punto y con qué intensidad podemos acercarnos hoy al héroe y al poeta maldito y trágico? ¿Existe otra vía posible que no conlleve el precio de nuestra enfermiza dignidad? ¡Oh, Sísifo, tu piedra, tu castigo, es tuyo, y ningún Dios ni Absurdo Cósmico pueden arrancarte la sonrisa de tu triunfo, tu sentirte dueño de tu inverosímil destino!

No hay comentarios: