jueves, 28 de febrero de 2008

'Ante el dolor...'

'Ante el dolor de los demás' de Susan Sontang. Alfaguara 2003. El original parece que es del mismo 2003.



Pues no sé bien cómo empezar, porque no estoy seguro de saber qué quiere decir exactamente Sontang. Algunas preguntas y cuestiones esenciales aparecen o surgen al lector que va respodiéndose, este ha sido mi caso, al margen de lo que Sontang defiende o critica, que no está muy claro qué es, y al margen del propio texto. Que Sontang está bien documentada es evidente, y al respecto son muchos los datos y nombres concretos que nos muestra. Goya, la historia de ciertas fotos, la ausencia de otras, etc. Esto es interesante pero no creo que sea lo esencial del libro.

Si me aventurase a una línea explicativa del libro sería la siguiente: ¿por qué no nos afecta realmente el dolor de los demás, a pesar del realismo y el sentimiento de rechazo que las imágenes nos provoca?

Las fotografías elocuentes, conmocionantes, crean la ilusión de un concenso acrítico, simplón, y que igual no es tal. No se debe, por lo tanto, usar descuidadamente el 'nosotros', que es siempre un Nosotros variado y conflictivo; "para los militantes [de la verdad]la identidad lo es todo. Y todas las fotografías esperan su explicación o falsificación al pie." Todos hoy en día, en mayor o menos grado, caemos en este prejuicio. No es lo mismo la foto del linchamiento o decapitación de un europeo que, por ejemplo, las imágenes de las matanzas entre Utus y Tutsis.


Mostrar la crudeza de la guerra, especialmente las consecuencias de una batalla, pareciera que mostraría y convencería a la gente que la guerra es siempre una insensatez y una atrocidad. "El peso de las palabras, la conmoción de las fotos", que fue el lema del París Match cuando apareció. Y la fotografía, por su indiscutible realismo, más que la letra o la pintura logra impactar en el bondadoso ciudadano europeo o americano. Lippmann en 1922: "las fotografías ejercen en la actualidad la misma suerte de autoridad en la imaginación que la ejercida por la palabra impresa antaño, y por la palabra hablada antes". La misma Sontang parece negar esta teoría cuando afirma que es necesaria un aprevia concienciación (narrativa, digamos, o asentada fuertemente en nuestros sentimientos) para que la foto sea realmente impactante.


La foto impactante como información veraz y denuncia de la guerra. Mostrar el rostro real de la guerra es el objetivo -profesional y ético- de la mayoría de los reporteros en los últimos 50 años. Pero "las intenciones del fotógrafo no determinan la significación de la fotografía, que seguirá su propia carrera, impulsada por los caprichos y las lealtades de las diversas comunidades que le encuentren alguna utilidad."


"Si los gobiernos se salieran con la suya, la fotografía de guerra, como la mayor parte de la poesía bélica, fomentaría el sacrificio de los soldados."

"En el centro de las esperanzas y de la sensibilidad ética modernas está la convicción de que la guerra, aunque inevitable, es una aberración." "Solía creerse, cuando no eran comunes la imágenes audaces [no trucadas e impactantes], que la muestra de algo que era necesario ver, aproximando una realidad dolorosa, con seguridad incitaría a los espectadores a sentir con mayor intensidad. En un mundo en que la fotagrafía está al ilustre servicio de las manipulaciones consumistas, no hay efecto que la fotografía de una escena lúgubre pueda dar por sentado."


"La conmoción puede volverse corriente. La conmoción puede desaparecer. Y aunque no ocurra así, se puede no mirar." Más allá de esta tesis Sontang terminará afirmando que la ineficacia del impacto fotográfico no estanto por saturación como porque no hay deseo ni voluntad real de quedar impactados y transformados. Pero ¿quiere la gente que la horroricen? Probablemente no."

¡Aquí está la clave! ¿Por qué el europeo y el norteamericano no se conmocionan, aunque queden impactados ante las imágenes del dolor de los demás? Por tres razones, parece indicar Sontang: por un lado, porque no todas las guerras son percibidas del mismo modo, legitimando así ciertos conflictos bélicos, especialmente en los que Occidente intervierne, y especialñmente los que se hacen en nombre de la Libertad y Derechos Humanos; en segundo lugar porque sin una base moral previa contraria al horror humano en sí mismo, y tal eticidad falta en Occidente, no es posible una verdadera catarsis individual y social. Nos indignan más unos horrores que otros, y cada cual, o cada grupo social, se inflama sólo hasta el punto en que no se pone en tela de juicio su propia sociedad y su propio lugar en ella. En tercer y últimos lugar, porque en el ser humano, según Sontang, el 'amor a la maldad' es tan connatural como la simpatía, la compasión o altruismo.

Concluyendo: el horror, el dolor de los demás, es inefable e incluso reflexionar sobre él es una tarea deficiente y casi sin más valor o alcance que el estrictamente individual, sea como desahogo o como pequeña aclaración personal de los propios valores.

Un libro realmente pesimista. Toda foto es, incluso desde el punto de vista técnico, interesada, tanto para el fotógrafo como para quien contempla la imagen, y no existe en Occidente ni en toda la el interés real de cambiar aquello que provoca las escenas representadas, esto es, nuestra congénita satisfacción ante el dolor de los demás.

Posdata: después de leer el libro de Sontang leí una entrevista que Arcadi Espada le hizo en el 2003 para 'Letras Libres' y que aparece en su libro 'El terrorismo y sus etiquetas'. En la entrevista se aprecia con más claridad la inquietud y el pesimismo de la autora norteamericana:

"Las fotos brutales exigen una brutalidad previa que es necesario conocer. Con la que es necesario encararse. Una sociedad democrática debe someterse a ese tipo de ejercicios. Si no, se convierte, en cierto sentido, en una sociedad cómplice de la brutalidad."

Sobre la tesis fundamental de 'Ante el dolor...' Sontang afirma en la entrevista que "el libro está dedicado a saber cuánto puede mostrase de la realidad." Cuánto es capaz Occidente de experimentar. Una sociedad interesadamente dormida o ausente no puede más que encarar el tema del mal humano real como una evasión artística o una coartada moral.

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