lunes, 11 de febrero de 2008

Karma

En el libro del Dalai Lama, del XIV Dalai Lama tibetano, me he enredado con lo del Karma. La palabra, a mí, tan poco dado a sutilezas, me echa un poco para atrás. Por esotérica y todo eso. Al final creo haber entendido algo, aunque me temo que mi comprensión ha sido more occidental. El Karma es la energía, el calor y la conciencia de todo ser animado, por ejemplo el hombre. Una especie de principio vital. Es individual y no existe como una realidad distinta del cuerpo. No es un alma al modo platónico o cristiano. Más cerca se halla del alma mortal aristotélica, o de la Fisis y microcosmos derivado presocráticos. Esta realidad de la conciencia y la cálida vitalidad no es un objeto (ni un supraobjeto) sino una actividad dependiente del cuerpo. Esta actividad consiste en ser la fuente de las intenciones (conscientes, y supongo que inconscientes) del individuo. Intenciones que determinan su comportamiento, que a su vez termina retrodeterminado al propio Karma. Esta sutil causalidad mente/cuerpo retroalimentada no es incompatible sino la dimensión subjetiva de la causalidad universal. La causalidad física, sobre todo de la poética física del s.XX, es otra forma de ella. Se trata de un concepto, diríamos en nuestro lenguaje dualista, psicológico. Su utilidad viene dada por esa capacidad autorreguladora que posee, o que podría poseer si nos esforzamos; nuestro Karma es nuestra personalidad, y podemos hacerla crecer en una u otras direcciones. Las profecías de autocumplimiento, concepto occidental parecido al del Karma, son la prueba y el sentido de dicho concepto.

Muy relacionado con lo del Karma está lo del Sok, la Vitalidad. El Universo (la infinita sucesión de infinitos Universos) es algo vivo, pues contiene en sí la energía y el sentido de su sucederese. No se trata de un sentido personal, sino conforme a la Diké, conforme al necesario sucederse eterno de los elementos siempre en pugna por la supremacía. Muy, pero que muy presocrático. Un Universo que no necesita de un principio trascendental para existir y ordenarse.

En más sentidos he interpretado demasiado racionalmente lo que el Dalai dice. La Vida, Sok, se conduce conforme a lo que podríamos llamar en lenguaje biológico nuestro una entropía negativa. No consiste en el simple paso de lo más simple a lo más complejo con cuantas emergencias quieran emerger durante el proceso, sino del paso -y creo que aquí el Dalai juega con las palabras- del paso de lo caótico a lo ordenado. Cuando la mente humana decida dar explicaciones ordenadas y ordenadoras de la realidad apelará a esa especial tendencia al orden que las cosas y el conjunto de ellas portan inherentemente. Un bello argumento circular sobre el deseo y la posibilidad de un Cosmos para el hombre.

Dejo para otro momento el tema del altruismo (vs. lucha) como motor de la evolución. No es tan fácil despachar desde el sociobiología o desde cualquier antropología 'realista' la afirmación de que el altruismo, el amor y la solidaridad desinteresadas son tan básicas y esenciales como su contrario. La opción occidental por la lucha y competencia mortal ha venido determinada por nuestra forma de sentir la existencia más que por la existencia misma. La fuerza de lo que el Dalai defiende está en que, como una profecía de autocumplimiento, vemos evidente sólo esa visión negativa de lo humano, y hasta terminaremos convertidos en ese ser egoista que postulamos. De todo esto ya hablaremos otro día.

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