jueves, 14 de febrero de 2008

poemillas

Me gusta madrugar,
tomar café,
fumar,
leer,
casi siempre inactuales.
Es una combinación fatal,
lo sé, ya se encargan de gritármelo,
y antes me quedaré yo sordo
que afónicos ellos, los de la potente voz.
Les diré más;
mi lotería está podridamente marcada
porque lo que más me gusta
es madrugar, fumar, el café fuerte
y los libros, pero todo a un tiempo
y compulsivamente.
A veces, vencido de mí mismo,
fumo laig, tomo descafeinado,
me levanto a las 9, o más tarde,
y leo algún suplemento cultural.
Pero dura poco. Algo mío, quizá
mi muerte anunciada con el primer soplo,
se revuelve y me arrastra
antes de las 6 a una solitaria barra,
con el cigarro encendido en lucha con la tos,
y mi volumen de Gil de Biedma
o Donoso Cortés bajo el brazo.
Mi axfisiante tos, mi café, mis cigarrillos
americanos y mi libro –a esas horas
no es normal pasar de la contraportada-
se condensan ilegibles en las maravillosas
servilletas de mal papel que, créanme,
son la mejor libreta del mundo.






Algunos días me levanto
con muy buenas intenciones.
Me levanto aturdido,
y el aturdimiento va a más.
Antes del primer café pongo fin
a tan suicida y cansado propósito
de tener las mejores intenciones.
Después del café –solo largo-
mi aturdimiento ha vuelto
a sus niveles normales
(a 180, como el colesterol, digamos)
y decido no tener ninguna intención.
Satisfecho y muy ufano,
dueño de mis dos baldosas por segundo
y de aproximadamente 60 centímetros cuadrados
de calle, camino firme hacia vosotros.
Sonrientes nos damos los buenos días
y nos echamos otro día a la espalda,
dando las gracias a Dios.

Algunos días pienso que algunos días
no debiéramos despertarnos o al menos
no levantarnos.

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