sábado, 16 de febrero de 2008

Susan Sontang y Cioran (2)

Siento el excesivo espacio que ocupa el comentario.

Susan Sontang, ‘Pensar contra sí mismo: reflexiones sobre Cioran’, del libro ‘Estilos radicales’. Debolsillo Barcelona 2007. El original inglés es de 1967.

El abrazo asesino y suicida de la conciencia que lo reduce todo a términos históricos. Todo es comprendido –sentido, experimentado- en y para la conciencia como transitorio y radicalmente vacío. La mente, el corazón, la maquinaria historicista, socava sus propios logros y esperanzas. Así comienza Sontang su artículo. En este historicismo desertizador sitúa el lirismo de Cioran. El devenir del hombre es la historia del agotamiento de sus posibilidades; en esto coinciden Cioran y su tiempo. La filosofía o literatura, el lirismo, de Cioran es una reacción brava y personal, o más bien la consumación pero no la superación, ante el envite de la lucidez bloqueda.

Esta conciencia historicista, sin embargo, no puede inocentemente relativizar su propio descubrimiento, “No se puede eludir el demonio de la conciencia histórica mediante el recurso de clavar en él el ojo corrosivo del historicismo” (p.98) La lógica inherente al advenimiento de la Historia a partir del s.XIX lleva al Sujeto moderno, que se creía capaz de una reconstrucción clara del mundo y la acción humanas, al acabamiento definitivo. “Cogito ergo ¡bum!”, como tan gráficamente escribe la autora americana.

La única posibilidad abierta, o más bien pendiente de experimentar, es la de la vuelta a la intimidad. “Mantener la supervivencia individual en una era de Apocalipsis permanente” (p.99) Se trata, no obstante, de una imposible o muy fugaz reclusión, pues al margen del tiempo y de la existencia no se puede respirar más que por unos instantes, para volver una y otra vez, infinitas veces, a esa desorientada cáscara que es el propio yo desde las entrañas vacías del Ser y el Pensar; por supuesto que tampoco son Dios, la Sociedad o la Historia el camino de la salvación y trascendencia posibles. Trascendernos negativamente en nosotros mismo. Sólo el pensador maldito es capaz, por muy breves instantes, de superar la Nada constituyente, precisamente asumiéndola al margen de las engañosas formas y de las Formas verdaderas. Tal misticismo negativo, sin felicidad ni libertad como recompensa, es el único premio a que podemos hacernos acreedores. Tal vez, que no es nada pero no es poco, hayamos ganado en autenticidad e independencia estrictamente personales.

Para orientar estas líneas, para mejor situar a Cioran, valga esta cita de Sontang sobre lo que sería el argumento de un ensayo típico de Cioran. Damos por bueno el esquemático ejemplo: “... un entramado de proposiciones para pensar, junto con la pulverización de las razones que inducirán a seguir sustentando semejantes ideas y, cómo no, de las razones para ‘actuar’ guiándose por ellas. Mediante su compleja formulación intelectual de atascamiento intelectuales, Cioran construye un universo cerrado –de lo difícil- que es el tema de su lirismo.” (p.106)

Sobre el fin de la filosofía clásica, o del platonismo como lo entiende Nietzsche. “Desde la época de los griegos, la filosofía (fusionada con la religión o concebida como un saber alternativo, secular) había sido en general una visión colectiva o suprapersonal. Con la pretensión de dar cuenta de ‘lo que es’ en sus diversos estratos epistemológicos y ontológicos, la filosofía insinuaba en segundo término una norma implícitamente futurista de cómo ‘deberían ser’ las cosas, bajo la égida de criterios tales como el orden, la armonía, la claridad, la inteligibilidad y la coherencia. (...) La autoridad de la filosofía ha descansado siempre sobre este discurso abstracto, atemporal, que reivindicaba la capacidad de describir los ‘principios universales’ no concretos o las formas estables que apuntalan el mundo cambiante.” (p.99)

Cuando la Historia, a principios del s.XIX, usurpó el lugar que ocupaba la naturaleza como marco decisivo de la experiencia humana, el hombre empezó a reflexionar sobre su experiencia en términos históricos, y las tradicionales categorías ahistóricas de la filosofía quedaron vacías de contenido.” (p.100) La filosofía de Hegel, dice Sontang, es un intento patético y pueril de aunar ambas dimensiones.

La incapacidad de la filosofía abstracta, o clásica, o naturalista, o platónica... para dar cuenta de la nueva realidad cambiante hizo transformarse al relato discursivo y abstracto en autobiografía, aforismo, lirismo, sospecha, fragmento. Novalis, Lichtenberg, Kierkegaard, Nietzsche, Rilke, Kafka, son algunos de los compañeros de Cioran. La filosofía ya no puede dar cuenta ni del Ser ni del Pensar, ni de la Historia ni de los sentimientos, ni de las nuevas formas de intuición y éxtasis metafísico que Cioran se dispone a explorar.

Nosotros nos preguntamos, a la contra de Sontang y otros intérpretes, si es realmente el historicismo quien hace derrumbarse a la gran filosofía. Encontramos otros motivos posibles, relativos a la libertad y el sentido existencial. La irrupción de la Historia ha sido posible, para lo bueno y para lo malo, porque ya estaba fertilizado el suelo del alma occidental con la semilla de la crítica y la honestidad. Para entender esto bien habría que reconstruir la historia de la quiebra de la razón occidental en otros términos más amplios, en el tiempo y en su significado, que como lo hace Sontang. No negamos su descripción pero la consideramos un apéndice, el antepenúltimo paso, de un proceso más hondo y que viene de más atrás.

Es la voluntad de sentido lo que justificó durante milenios el optimismo metafísico y epistemológico. El dualismo platónico, cuyas raíces van más allá de los griegos y de cualquier cultura concreta, ha quedado truncado cuando la voluntad de sentido se ha mostrado indemostrable y hasta perjudicial. Cuando las venerables construcciones occidentales perdieron la capacidad de ser soportes y guías de la libertad humana, comprendió el hombre la imposibilidad de un Cosmos decible y acogedor. Cuando el Orden quedó estrecho al ansia humana de libertad, de emancipación –más o menos ciega- y creatividad, éste se derrumbó inapelablemente. Los Sofistas, algunas Escuelas Menores, el fideismo cristiano, el dogmatismo platónico medieval, los críticos medievales del constructo medieval, los Renacentistas, los empiristas... el idealismo alemán anterior al sistema hegeliano, el Romanticismo, la leyes Kantianas del pensar, la filosofía de la Voluntad de Schopenhauer...
Se trata de un proceso de maduración y agotamiento inevitable. No sólo el Ser es denso y opaco, sino la propia racionalidad se vuelve ignara para sí misma.
No digo, que no lo sé, que la historia se haya acabado, sino que el futuro, siempre renovado y repetido con cada alma, tendrá en cuenta lo quiera o no dicho sentimiento de modestia y escepticismo, de indigencia intelectuales. Lo que me parece menos viable es reintroducir viejos valores, ahora vacíos e imposibles de experimentar individualmente, bajo el ropaje dulce de un relativismo de salón, o de un neovitalismo desdramatizado. La voluntad Ilustrada, por supuesto, también permanecerá indiscutiblemente en nuestros corazones, pero habrán de ser otros los modos, más íntimos y heroicos, y hasta trágicos, como se piense y se realice. Se trata de un proyecto imposible, pero al que no podemos ya renunciar, como no podemos renunciar a la conciencia fragmentada o al escepticismo y la poesía; proyecto que con cada generación cada hombre en algún momento de su intransferible periplo intentará, infructuosamente, revitalizar.

Vuelvo al texto de Susan Sontang. El honesto “atascamiento de la mente especulativa”, se paraliza ante un Universo y un sí Mismo inapresables. Al pensador, al lírico, sólo le queda el propio empeño y la honestidad como criterio de acción y pensamiento. “La filosofía, dice Sontang, se concibe como la misión personal del pensador. El pensamiento se trueca en ‘pensar’... el pensar se redefine como algo que carece de valor si no constituye un acto extremo, un riesgo. El pensar se vuelve confesional, exorcizante: un inventario de las exacerbaciones más personales del pensar.” (p.103)

Expresiones de Sontang; la mente es un mirón que no mira al mundo sino a sí misma, la mente libre es aquella que se repliega sobre su propia intimidad vacía, el pensar es torturador y se devora a sí mismo. “[El pensador] es simultáneamente el martirizado Prometeo y el águila despiadada que devora sus entrañas permanentemente regeneradas.” (p.105)

No sólo el universo y la mismidad son aporéticas y contradictorias en sí mismas, y no sólo el pensador/poeta hace uso de la paradoja y la contradicción para mostrar este Ser y Pensar inexistentes e impensables, sino que Cioran, como Nietzsche y los demás fragmentarios, parecen contradecir su hacer vital con lo que en sus escritos nos enseñan. Pareciera que el rechazo a lo racional –en el sentido más amplio posible- frente a lo vital, que es lo visceral primitivo e indomable, debería llevar a nuestro pensador a un retorno a la vitalidad más inocente, incivilizada y ágrafa. Por lo menos a buscarla. Pero no es el caso. Como dice Cioran en ‘De lágrimas y santos’, se trata de vencer a la enfermedad de la conciencia con otra enfermedad, la de la conciencia quebrada. Trágica y heroicamente apurar el cáliz de la existencia. A ésta nunca renunciaremos, un diabólico pacto nos mantiene fatal y voluptuosamente en vida. Cioran nunca renunciará al “apasionamiento fáustico y occidental” (p.104)

A este respecto dice Sontang: “¿Una contradicción? no precisamente. Sólo se trata de la conocida doble escala de valores que sustenta la filosofía desde su hecatombe: postulando un patrón (la salud) para la cultura en general, y otro (la ambición intelectual) para el filósofo solitario. El primer patrón exige lo que Nietzsche llamó el sacrificio del intelecto. El segundo exige el sacrificio de la salud, de la felicidad mundana.” (p.106) Desde esta actitud rigurosa, ascética, casi mística, ha de entenderse el elitismo y la arrogancia, que no complacencia, del poeta rumano. Su tragedia y laberíntica apuesta por la honestidad intelectual, y también su pudor y refinamiento, su indómita intimidad. Su profunda monotonía es también signo de su ‘mesianismo’ (vacío y para sí) romántico. Como Nietzsche, como los poetas malditos de todos los tiempos, un pregonero de la propia muerte, un panegirista de la agonizante Europa.

Es muy discutible la gran diferencia, aunque sean más las similitudes, que encuentra Sontang entre Cioran y Nietzsche. Lo que falta en Cioran, dice nuestra escritora, es el esfuerzo de Nietzsche por dar un valor positivo real al nihilismo; el nihilismo activo y el Superhombre. Este optimismo nietzscheano, que igual no lo es si recordamos que la verdad del eterno retorno hiela y paraliza cualquier trascendencia incluso histórica o personal, esta inocencia o dimensión Ilustrada del penador alemán es achacada por Cioran a la juventud de aquél. Pero retornamos al argumento de Sontang. El dualismo platónico, dice la autora norteamericana, permanece en Cioran en la forma de una trascendencia personal, en la posibilidad del éxtasis y la momentánea y escurridiza contemplación del residuo de la intemporalidad, la eternidad posible, oculto bajo las vibraciones del yo. La envidia cioraniana del misticismo es explicada por Sontang desde un ‘platonismo’ del que Cioran no sabe ni quiere desprenderse. Esto, pensamos nosotros, es muy discutible. Dice Susan Sontang: “Todos los venerables dualismos platónicos resurgen en los escritos de Cioran, quien los utiliza como vehículos esenciales de la argumentación sin algo más que un atisbo ocasional de reticencia irónica.” (p.118) Me parece una definición excesivamente amplia, y no coincidente con la que al principio del artículo aparece, del platonismo, que queda ahora identificado, casi sin más, con la lucidez –quebrada o no- y la honestidad –feliz o perdida-. Desde este punto de vista, si Sontang hubiese sido coherente hasta el final, cualquier pensador de cualquier tipo en cualquier época y cultura, por cuanto es consciente de su propia conciencia, queda ipso facto convertido en platónico. Pero nos preguntamos; ¿acaso es posible una inocencia más allá de la comprensión de la propia médula y sus innúmeros diablos y dioses? Sontang, como al final veremos, está pensando en John Cage, el verdadero pensador, dice ella, de después de la defunción de nuestra civilización. Habrá que ver si tal alternativa es algo más que superficialidad, vitalismo artificial, o un mero desideratum, o si incluso, de ser factible, es preferible. ¿Hemos agotado realmente todas las posibilidades que nuestro Ocaso nos exige experimentar? ¿Realmente es posible inaugurar una nueva historia al margen de nuestras propias vísceras?

Es indiscutible el romanticismo y el malditismo de Cioran. Su misticismo ateo para consumo exclusivamente privado, como respuesta a la metafísica del Ser(nada). Lo que me resulta ininteligible es la definición de Sontang como un católico de derechas que no ejerce como tal por su tendencia romántica y su lirismo de la vacuidad.

Tres cuestiones nos quedan por señalar del capítulo de Susan Sontang. Cioran como crítico de la Ilustración, la crítica de Cioran a la Historia y su concepción de la ‘caída en el tiempo’, y la comparación a que lo somete la escritora sajona con John Cage, y de la que el rumano sale perdedor.

Contra la Ilustración: un exceso de lucidez significa la pérdida de lo vivo y lo medular. Una razón al margen o sobre la vida y sus pulsiones termina agotando y vaciando esa vida, ya sea individual o colectivamente. Citando Sontang a Cioran: “una cosa es actuar, y otra es saber que actuamos. Cuando la lucidez encauza la acción y se insinúa en ella, la acción se anula y, junto con ella, el prejuicio, cuya función consiste, precisamente, en subordinar la conciencia a la acción, convirtiéndola en su esclava.” Se trata de la tesis nietzscheana de una razón, la griega que es la nuestra, que quiere anular los instintos y que acaba perdida e incapaz de insuflar ánimos y sentidos al hacer humano. Dice Cioran: “ desde la época de la Ilustración, Europa ha minado incesantemente sus ídolos o ‘prejuicios’ –ficciones orgánicas de una civilización- aseguran su perduración, preservan su fisonomía. Debe respetarlos.”

Pero no sólo es el agotamiento posible de una civilización o de un individuo lo que lleva a Cioran a rechazar los racionales y racionalizadores ideales Ilustrados, sino que es la propia subjetividad y autonomía individual de cada conciencia lo que está en juego. Los ideales Ilustrados y su derivación liberal y marxista, y fascista, disuelven al yo-nada-pero-siempre-individual en un extraño y agotador Nosotros elíptico. Esta perdida de la vitalidad y la individual no es sólo provocada por la Ilustración sino también por el historicismo. Cioran, como Sontang, sabe que el historicismo anula lo propio y específico de cada individuo y cultura. “La historia es sólo una manera de ser insustancial, la forma más efectiva de nuestra infidelidad a nosotros mismos, una negación metafísica.” Otros autores han explicado mejor la crítica de Cioran a la Historia y a la Utopía.

Si Cioran es manifiestamente antihistoricista, como Sontang nos dice, ¿cómo es que la autora norteamericana afirma al final de su texto que Cioran incurre en una suerte de historicismo? Para explicarse, Sontang compara la obra de Cioran con la de John Cage.

Cita Sontang a Cage: “Es sencillamente irritante pensar que nos gustaría estar en otra parte. Ahora estamos aquí.” Si queremos leer la frase contra Cioran, vendría a decir algo sí como que Cioran reconoce la enfermedad y no quiere (aunque podría) salir de ella; Cioran es prisionero de su tiempo, de su Historia. Por eso afirma Sontang, pero creo que utiliza los conceptos en un doble sentido, que aunque Cioran diga negar la Historia y el historicismo no sale realmente de ellos.

“El universo del discurso de Cioran está ocupado por los temas de la enfermedad (individual y social), el atascamiento, el sufrimiento y la mortalidad. Lo que ofrecen sus ensayos es un diagnóstico y, si no una terapia, sí al menos un manual de buen gusto espiritual que podría ayudarnos a evitar que la vida se convierta en un objeto, en una cosa”. (p.119)

Ni Cage ni Sontang están dispuestos a admitir esta quiebra de la razón y de la propia vida, sobre todo esto último. Cioran les parece prisionero de la voluntad de muerte, de angustia y de la irresoluble complejidad a que hemos llegado los occidentales tras milenios de dulce y agria maduración. Al menos los más honestos –los menos inocentes e ingenuos- y lúcidos.

Acaba Susan Sontang el capítulo dedicado a Cioran con un suspirante anhelo de, en mi opinión, inmadura y casi irritante vitalidad. “Es posible que para encontrar alivio debamos renunciar al orgullo de saber y sentir tanto.” (p.121)
¿Realmente vale la pena mis bienintencionados amigos de la alegría universal, me pregunto yo para acabar, tan alto precio, tan traicionera voluntad? De todos modos, ¿dónde se encuentra ese santuario del olvido?

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