martes, 26 de febrero de 2008

Reflexión deshilachada e insegura

Creo que la moralidad es, por definición, la de cada uno. Cada cual, con los materiales variados que se encuentra va construyendo mejor que peor su vida. Cada cual, al menos, tiene esta posibilidad. O la posibilidad de tomarse un serio sus propios anhelos. Ser un poco conscientes de esto que les cuento y saber tus direcciones y claves favoritas es la reflexión moral, la ética, que me concierne. Cualquier manual o brillante obra de filosofía moral es sólo un consejo que recibimos.
Si estoy en lo cierto, entonces aparece un escalofriante problema. Hitler o Stalin, podemos suponerlo, creían honestamente en lo que hacían, actuaban, a sus propios ojos, moralmente bien. Eran asesinos honestos. Cualquiera puede estar realizando el mal a sabiendas, aunque para él esto sea el bien, y no hay modo de negar, aunque quisiéramos, que puede estar obrando del único modo que su conciencia -¿de qué vale decir 'enferma'?- les empuja.
Si cada cual tiene su propia idea del bien y del mal, si nadie, salvo la propia conciencia es fuente del deseo y juicio moral, pareciera que no hay distinción entre el Bien y el Mal, y que habría que recurrir a alguna suerte de moral natural supraindividual. Pero esto es absurdo porque ninguna moral puede ir más allá de cada sujeto particular. Aunque sí es posible que muchos compartan o coincidan en su estimación moral.
Creo que puedo hallar una lucecita que evite considerar el relativismo moral radical como una inmoralidad o como posible causa de inmoralidad.
Puedo admitir que Stalin o Hitler actúan según su propia moral, pero esto sólo significa que no puedo llamarlos inmorales o amorales y con eso dar por cerrada la cuestión. Lo que Hitler o Stalin piensen ha de darme igual, el problema no son ellos -los lobos sanguinarios- sino yo mismo que he de hacer valer mis propios principios morales frente a ellos.
Lo más grave no es la existencia de Lobos ni su maldad, sino la de los corderos y su ceguera y cobardía.

Todo el mundo tiene derecho a sentirse como un Lobo, y, para ellos, la obligación de ejercer como tal, pero todo el mundo tiene también el derecho de acabar con esa peste que son, previa conversión del cordero en hombre. ¡Cuánto queda aún por andar!

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