jueves, 10 de abril de 2008

Chema

Un cuentecillo, de Aurora Llun.


Chema abrió lentamente sus cansados ojos. Había adormecido su inmensa debilidad en aquel banco metálico durante unas pocas horas hasta ese instante en que la ciudad despertaba, ruidosa y ajena, al nuevo día. Miró en torno a sí, supongamos que sin ver realmente nada pues nada esperaba encontrar con sus pupilas resecas. Recordó a Lidia, su compañera -¿compañera?, ¡qué estúpidas, vacías y falsas las palabras cuando se las necesita!-; su compañera de los últimos tres años; recordó con un poco de amargura e impotencia la tarde anterior en que se despidieron... Él creía amarla, y más ahora que ponía fin a su amor... pero ambos habían sido duros y sangrantes en demasiadas ocasiones... Ayer por la tarde, pensaba Chema, no fue diferente a otras veces, y no podía serlo; intentó besar la boca desfigurada por las llagas de ella, y ella, como en tantas ocasiones, como él mismo en tantas ocasiones, lo apartó llena de odio e insultos.

-Bribón, canalla. No tienes huevos. Eres un hijo de puta. Así se despidió ella, monótona y repetida, sin suponer que aquél beso no dado hubiera sido el último y el más auténtico.

Tal vez, pensó Chema acorralado por tantas ideas y sentimientos que tan claramente le asaltaban, Lidia rechazó el único beso de verdadero amor que el destino le tenía asignado para el resto de sus días.

Chema se levantó de aquel banco y se dirigió, raudo y nervioso como casi siempre en los últimos años, hacia la calle Luz que se encontraba a unas pocas de aquella placita insulsa y sucia en que había pasado la noche. Hizo por peinarse con las manos sus greñas inhiestas de suciedad, se alisó y sacudió sus sucios vaqueros y su mugrienta camiseta. Se dirigió decidido.

-A las nueve, a las nueve en punto he de estar allí. Ni un minuto antes para no despertar sospechas. ¿Serán las 8, las 9 ya?. No tenía reloj, e intentó sin conseguirlo que alguien le diera la hora. Todos se apartaban de aquel cuerpo enflaquecido y apestoso. El miedo y el asco se confundían en las miradas fulminantes de aquellas gentes sin reloj para Chema. En un instante había llegado a la calle de la Luz, y comprobó un poco aliviado que la sucursal del Banco Blanco estaba ya abierta. Sin pensarlo dos veces cruzó a la otra acera y entró con la pistola en las manos.
-¡Dame todo ese dinero, cabrón, que te mato!.

El asustado cajero reaccionó maquinal y dio a Chema un buen fajo de billetes, mientras pulsaba la alarma silenciosa. Pero esa daba igual, lo mismo que su imagen en la cámara del banco... ya nada podrían hacerle. Sólo necesitaba un par de horas antes de que nadie pudiera cogerle. Salió rápido del banco y se encamino a casa de Gerardo, ‘el negro’, donde llegó en media hora. ‘El negro’ lo recibió como tantas veces, ausente, malvado y estúpido. Lo atendió y se despidieron.

‘¡Qué extraño –pensó el camello- siempre se lleva para él y la puta que lo acompaña, pero hoy lleva como para repartir...!. ¡Qué imbécil!, ¡que yo no me entere...!.

Mientras la policía termina su informe en el banco, Chema llegaba a la estación del norte y se metía en los servicios... para no salir nunca más.

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