miércoles, 9 de abril de 2008

Psalmo I

*
Oh infinito ausente
de estruendoso silencio,
por qué, ¿por qué permites
nuestra lejanía, por qué
que te hayamos olvidado,
por qué la fe, cualquier fe,
la del niño
y la del anciano?

Nos diste el cielo y la arcilla,
el fuego y el hielo,
la libertad y el miedo
para que viviésemos
y Tú y nosotros alcanzáramos
la felicidad y la dicha,
pero ocurrió de otro modo
más grotesco, ya ves.

Nada de eso disfrutamos,
y te maldecimos y lloramos,
erguidos y de rodillas
desgastadas como tu eternidad
y nuestro mísero tiempo.

Escupe infinito olvido sobre mí,
o infinito amor, infinita luz
e infinito Tú mismo.

Escupe fuego mortal.
Empieza de nuevo tu obra
ahora que eres más sabio,
ahora que hay Diablo y hombres.

Tu nostalgia, Dios Infinito,
es menor que la mía.
Tu frío, también. Nunca
entenderemos tus lágrimas
ni tu risa. Acaso ¿lloras
y ríes al compás de tus hijos,
o tienes tus propios motivos
en otras eternidades y universos?

No entiendo ni creo,
infinito ausente. Tú me hiciste
y te maldigo por no existir,
no puedo perdonarte
ni reprocharte
que hayas muerto
para el hombre.
*

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