El maestro llorón de Nietzsche. Triste pero en pie, siempre llevando flores a la tumba del dios. Entiende, llora y acepta el papel del hombre en un universo ciego y sin Bondad. La obsesiva pregunta de para qué saber de la necesidad y finitud de todo, saber si nuestro destino de notarios de la muerte, tiene algún sentido. Y piensa Schopenhauer que no, que no lo tiene, y que eso es lo que debemos asumir.
Tan obsesiva melancolía es lo que apartó a Nietzsche de Schopenhauer. Quería ser Nietzsche de otra madera. Pero al final, el aterrador y paralizante descubrimiento del eterno retorno, que es la ausencia de sentido y para qué último hagamos lo que hagamos, seamos mono, hombre o Superhombre, y que nos llevaría a llorar a la tumba de todos los dioses, impele a Nietzsche al último -o penúltimo intento- que consiste en la superación de la compasión. Es un desesperado grito o un blasfemo afán, posiblemente imposible, contra todos los crucificados.
sábado, 5 de abril de 2008
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