No se puede confundir el vitalismo con el positivismo. O sí se pueden confundir. De pende cómo entiendas cada uno de ellos. Se pueden confundir si piensas que el vitalismo está muy cerca de la pura animalidad e inmediatez. Como si propugnase la renuncia a la conciencia. Pero hay otra forma de entender el vitalismo nietzscheano.
El paso del mono o del gusano al hombre, y la superación de éste en el Superhombre. No la vuelta ciega a la pura naturaleza, a los instintivo mecánico (más bien habría que usar el término de pulsión, al modo de Freud). El hombre, piensa Nietzsche, tiene la capacidad del pensamiento, también la de los sentimientos, y sobre todo la de ser conscientes de ambos, de nuestros pensamientos y sentimientos. El Superhombre no pierde estos atributos sino que ha de ponerlos al servicio de un nuevo modo de querer vivir y asumir nuestro estar en el mundo. Sólo, y tanto, eso.
La libertad, la creatividad (de la propia existencia) y la individualidad irrepetible son el norte 'formal' de dicha visión del mundo. Esto es una razón, dirá alguien, pero es una decisión de todo el organismo; de su razón, de su voluntad y de sus sentimientos. Una lectura radical del nietzscheanismo así entendido nos llevaría al infierno de hielo de lo inhumano. Pero podemos pensar que lo humano (los sentimientos, las esperanzas, la necesidad de consuelo y amor, etc.) caben en el vitalismo siempre que esa humanidad no lastre tu propio eseo de libertad, creatividad e individualidad. Tarea difícil, imposible si no cedemos en más de una ocasión. Tarea que cada uno puede plantearse como proyecto de vida, intransferible, que ha de hacerse real conforme las circunstancias y tu ánimo te lo permitan.
jueves, 3 de abril de 2008
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