domingo, 13 de abril de 2008

'En las cimas...' V

La desintegración

“No todo el mundo ha perdido su ingenuidad; de ahí que no todo el mundo sea desgraciado. Quienes han vivido y continúan viviendo pegados a la existencia, no por imbecilidad sino por un amor instintivo al mundo, logran alcanzar la armonía, una integración en la vida que no pueden sino envidiar aquellos que frecuentan los extremos de la desesperación.
La desintegración, por su parte, corresponde a una pérdida total de la ingenuidad, ese don maravilloso destruido por el conocimiento –enemigo declarado de la vida-. El hechizo que se siente ante el encanto espontáneo del ser, la experiencia inconsciente de las contradicciones, las cuales pierden implícitamente su carácter trágico, son expresiones de la ingenuidad, terreno fértil para el amor y el entusiasmo. No experimentar las contradicciones de manera dolorosa es alcanzar la alegría virginal de la inocencia, permanecer cerrado a la tragedia y al sentimiento de la muerte.
La ingenuidad es opaca a lo trágico, pero se halla abierta al amor, pues el ingenuo –ser que no se halla consumido por contradicciones internas- posee los recursos necesarios para consagrarse a él.
Para el desintegrado, por el contrario, lo trágico posee una intensidad extremadamente penosa, pues las contradicciones no surgen únicamente en él mismo, sino entre él y el mundo. Sólo existen dos actitudes fundamentales: la ingenua y la heroica. Esa es la única alternativa posible si no se quiere sucumbir a la imbecilidad. Ahora bien, dado que para el ser humano confrontado ante dicha disyuntiva la ingenuidad es un bien perdido, imposible de recuperar, no queda más que el heroísmo.
La actitud heroica es el privilegio y la condena de los desintegrados, de los fracasados. Ser un héroe significa desear un triunfo absoluto, triunfo que sólo puede obtenerse mediante la muerte. Todo heroísmo trasciende la vida, implicando fatalmente un salto a la nada..."

No sé

“No sé lo que está bien ni lo que está mal; lo que está permitido y lo que no lo está; no puedo alabar ni condenar nada. En este mundo, es imposible tener un criterio ni principios coherentes. Me sorprende que haya gente que se preocupe todavía por la teoría del conocimiento. Si he de ser sincero, debo confesar que me importa un bledo la relatividad de nuestro saber, puesto que este mundo no merece ser conocido. Unas veces tengo la impresión de que existe un saber integral que agota todo el contenido del mundo, otras no comprendo absolutamente nada de lo que sucede a mi alrededor. Siento una especie de gusto acre, una amargura diabólica y bestial que hacen que incluso el problema de la muerte me parezca insulso. Me doy cuenta de lo difícil que es definir esa amargura; quizá sea también porque pierdo el tiempo buscándole orígenes de orden teórico, cuando en realidad procede de una región eminentemente preteórica. (...) No estoy desesperado, pues la ausencia de toda esperanza no equivale obligatoriamente a la desesperación. Ningún calificativo podría ya afectarme, pues ya nada tengo que perder.”

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