No quiero mirar hacia las estrellas
ni volar hasta sus fantásticas formas.
No quiero, no quiero, rezar al dios
de mis padres ni a ningún dios.
Que mi queja no alce un palmo
de la tierra, que es polvo y es arcilla.
Que la fría noche me sorprenda
desnudo y ciego.
Que las eternidades me olviden.
Que mi rabia se baldía y sólo mía,
y tuya si quieres,
en la cúbica noche
ni volar hasta sus fantásticas formas.
No quiero, no quiero, rezar al dios
de mis padres ni a ningún dios.
Que mi queja no alce un palmo
de la tierra, que es polvo y es arcilla.
Que la fría noche me sorprenda
desnudo y ciego.
Que las eternidades me olviden.
Que mi rabia se baldía y sólo mía,
y tuya si quieres,
en la cúbica noche
y en las auroras que me restan.
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Un melancólico reflejo monótono
tras los cansados cristales un lánguido sol
perdido infiel en aquella hora a destiempo.
La aflautada música ocre de noviembre
como un leve y apagado argumento;
el llanto de Dios
tremendo
el manso llanto de la fina lluvia
leve
de los años rodados y gastados.
Unas agonizantes y rebeldes ascuas
y un deforme y cansado candil eran toda la luz
y todo el calor de la estancia opaca.
Una mesa cuadrúpeda de polvo y legajos
amenazante reducía la estancia a los cuatro palmos
de un viejo sillón apolillado.
Un distraído y repetido gesto animaba al hombre
de la apagada pipa y del olvido afilado.
Entre lo que alguna vez parecieran
una chimenea y un candil el hombre
repasaba antiguas fotos.
Cuando volvió la última, tan lejana y sepia, el rayito
perdido se durmió, sin hacer ruido como cuando llegó,
y una lágrima insalobre rodó por su cerúlea mejilla.
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Hay palabras como puños y se atragantan.
Palabras como plomo fundido que nacieron
para atravesarse solidificadas y asfixiar.
Dios, así con mayúscula,
heliotropo, dañino y distante.
Son muchas más.
Acero carnívoro decimonónico bastidor
progreso, y muchas, muchas más.
A veces unas parecen más letales que otras
y no sabría remontarme a sus dorados orígenes
ni imaginar el minuto en que alguien las pronunció
por vez primera ni el motivo ni lo que sintió.
El hechizo de la Luna o del Sol,
el del agua o el del fuego,
o cualquier fenómeno extraordinario
las dieron a la luz...
Son cebadas culebras, ardiente arena multiplicada,
sal sucia, artefactos caníbales o vergonzosas escombreras,
como una bola perfecta de todo lo pesado y completo.
A la altura de mis cuerdas vocales
pero hasta el pecho y hasta detrás de los ojos
enroscadas al nervio óptico
y atravesadas a las puertas de los ventrículos,
la vida y la sangre confundidas al nacer.
Son muchas, son demasiadas.
Interruptor teología bacteria hambre rascacielos,
y más. Periódico certificado apto procedimiento.
Quisiera arrancarlas, escupirlas,
aunque media vida se me escapara con ellas.
No sé bien cómo, de tan mías.
De tan el miedo y la indolencia.
Otras palabras más dulces e innecesarias
me parecen más fáciles de olvidar; mariposa,
esperanza, luz, amigo, libertad, silencio, soledad...
pero decidí respetarlas, al menos,
mientras las otras, las atragantadas, siguieran ahí
insolentes forjando mi humanidad.
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