miércoles, 5 de marzo de 2008

Días malditos (I)

Parte primera. Enero-marzo del 18, acabando la I Guerra Mundial y tras la sangrienta Revolución de Octubre. El inicio de 'Días malditos (un diario de la Revolución)' de Ivan Bunin son absolutamente claros:



"Se ha acabado el año maldito. ¿Qué nos espera ahora? Tal vez, atrocidades aún mayores. Sí, seguramente será eso lo que nos espera."



Invierno del 18, al inicio de la Guerra Civil y cuando ni Moscú ni Petrogrado son mayoritariamente bolcheviques. La mayoría de los intelectuales están espantados por la Revolución y sus excesos, y muchísimo más cuando el 7 de enero se disuelve la Asamblea Constituyente y se consuma el golpe de Estado bolchevique. Algunos escritores van tornándose bolcheviques al albur de los acontecimientos. Se habla en las calles, con indignación de borrego a degollar, de los asesinatos indiscriminados que el nuevo Estado está realizando. Políticos, generales, ancianos, religiosos... También muchos esperan que la matanza y el caos cedan para apoyar a Lenin y su nueva sociedad. Otros incluso defienden la necesidad de la carnicería.


Caos, hambruna, odios... la mayoría, desamparados, reza. Todos, contradiciéndose, hablan de política y de la necesidad de la paz... Miedo. Han soltado a los criminales de las cárceles para apoyar a la Revolución. Todo es posible, con los Iluminados en el poder y jugándoselo todo a la carta del Terror todo es posible.


Al atardecer las calles se quedan desiertas. Moscú a oscuras. Frío y suciedad. El Bolshoi vacío. Lo mejor de muchas generaciones de rusos lucharon por traer la libertad y la cultura, parecía que la Asamble Constituyente -donde los Bolcheviques eran minoría- podía ser el inicio de una Rusia mejor... pero los bolcheviques querían otra cosa... una cosa espantosa que estaba por llegar y que ni Bubin ni ninguno pudo prever aquellos días. No son libertadores, dice Bunin, sino rapiñadores y tártaros... que se quedaron durante 80 años.


Bunin huye hacia el sur, hacia Ucrania que es antibolchevique. Vende gran parte de sus libros y conserva unos pocos.


Sajalín, Kolimá o los paredones de la Lubianka es el destino de miles de profesores y periodistas. Los más afortunados lograrán exiliarse. A los mencheviques, eseristas y anarquistas aún no se les persigue.

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