¿Te acuerdas de aquel río
como de otro tiempo, con su iglesia
en la roca, sus aguas rápidas
y aquellos árboles excepcionales
que lo cobijaban y convertían
en una estampa imposible?
Lo recuerdas. Claro que sí.
El sabor terroso del frío torrente
sobre tu cuerpo escarpiado,
sobre tus aterridos y cálidos labios
que brillaban de mi saliva y del sol
y sobre tus pechos alzados
cuando te quité el bañador
y jugamos y jugamos hasta caer dormidos
en la orilla empedrada.
Fue la primera vez y me pediste que arrojara
lo eterno sobre aquel agua laberíntica,
y volvimos a besarnos, ahora
más románticamente.
Te prometí no olvidar ese día de abril,
y no lo he hecho, aunque hace ya algunos años
que esto no tiene importancia
y que son otros los labios y los pechos
en los que duermo.
jueves, 13 de marzo de 2008
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