domingo, 23 de marzo de 2008

Divagación

Estamos demasiado prisioneros de la gramática. Ya lo han dicho algunos, muy acertadamente. Saberlo, y además conocer algunos de los mecanismos lingüísticos parecería el primer paso para alguna liberación, al menos intelectual. Serán cosas de la edad, cierta esclerosis espiritual, pero a mí me ocurre lo contrario. Un ejemplo muy concreto es el capítulo 12 del libro de Bruno Snnell, donde habla de la formación de los conceptos científicos. Las páginas valen la pena, y no resultan difíciles aunque sí requieren una cierta atención. De lo que Snell dice ya os contaré en otra entrada.

Para que sea posible la discusión racional sobre la virtud o sobre el movimiento o el sentido de la existencia, es preciso que nuestro lenguaje cuente con la capacidad del artículo determinado aplicado a verbos y adjetivos. Que además de nombres comunes y nombres propios existan los nombres abstractos, que se convierten así en el objeto de la investigación. Cierta conciencia de la coherencia lógica también es necesaria. Pues bien en Grecia, cuna de la ciencia y la filosofía, ambas cosas no se dan realmente, con algún leve antecedente discutible, hasta los Presocráticos y la Tragedia. Ni Homero ni Hesiodo, ni los Líricos, contaban con nombres abstractos. Para ellos no era un problema intelectual lo que no fuese diréctamente 'visible' o invisible pero particular (los dioses). Esta inocencia (sic) fue desmoronándose conforme fue descubriéndose inadvertidamente por los Líricos el alma y la subjetividad como algo distinto del cuerpo.
Una vez en posesión del alma, el griego fue exigiendose lo que el alma le exigía; libertad, individualidad, autoconciencia, coherencia lógica, etc. Entonces pudo aparecer la filosofía y la ciencia como dos nuevos modos de encarar el eterno problema de hacernos una idea (utilizable) del universo.
Mi desazón viene por la siguiente reflexión. Ya en las cavernas el ser humano sentía y entendía lo esencial del mismo modo que nosotros, experimentase esto del modo que lo experimentase. Por lo tanto aunque no hubiesen ocurrido la ciencia y la filosofía, tendríamos satisfechas las demandas de ellas. Quiero decir que igual no son tan importantes la ciencia y la filosofía, y que tampoco ha de tener mucho valor el usarlas para ser más libres, conscientes...
Sé que me contradigo un poco, pero es parte del argumento. Para qué la filosofía, la ciencia, el arte, la poesía, el mito, la religión... si de todos modos iba a haberlos aunque con otros nombres y otras lógicas. Para qué el hombre. Mejor dicho: la única pregunta, y es la que no tiene respuesta, qué importancia tiene el saber, el sentir, el creer, el llorar...

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