Esas llegaron después. Las prisiones de gruesos muros, ventanas embozadas e iluminadas alambradas vinieron después. Lás cárceles del cuerpo no fueron las primeras, sino las del alma, que también ha resultado que son las que mejor han llevado el paso de las generaciones. Dan la figura al espíritu recortando inmisericordes todas las peligrosas aristas y desmoronando las extrañas formas que el azar siempre impone a sus creaciones.
Estas cárceles son inevitables, lo sé. Y casi nadie las llama por su nombre porque desconocen su existencia. Mejor, mejor así, mejor desconocer el encierro porque no hay evasión posible.
Algunos libros y algunas vidas son bellos (y ya saben; trágicos) intentos de fuga. La Odisea, los mitos platónicos, el Jardín, el Quijote, el Fausto y Zaratustra, etc. Pero son ilusiones, dulces mentiras; pero son, además de la compasión, lo mejor de que somos capaces. ¡Desde la cautividad del alma brotan los mejores frutos del hombre! Y ya saben; ¡para nada!
Indiscutible paradoja: la esclavitud del cuerpo y la de la conciencia son inversamente proporcionales.
jueves, 13 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario